lunes, 29 de abril de 2013

La Inquisición Novoshipana


La Inquisición institutiva buscaba conservar la ortodoxia del catolicismo.  Intimamente unida al “catolicísimo” reino de España y sus provincias ultramarinas, la Inquisición era el instrumento por medio del cual la Iglesia se aseguraba de mantener unido al rebaño sagrado con miras a agilizar su objetivo escatológico.  Para la Corona española era una institución con la cual no solo se aseguraba la pureza religiosa sino que, con ella, se buscaba afianzar la unidad y control efectivo de la población.  La Inquisición Española regida bajo la supremacía de la Corona era un brazo jurídico que se extendía más allá de los límites del fuero civil con el que los Reyes de España adquirieron más poder.

La Inquisición no fue un evento propio de España. Extendida a todo el mundo católico a partir de su creación a fines del siglo XIV, cada Corte le dio su sello característico.  La Inquisición que se ha mantenido en el imaginario colectivo es la francesa y la inglesa.  La primera católica y la segunda anglicana (porque también las Iglesias protestantes, es decir, las no católicas, tuvieron su propia institución equivalente).  De un modo especial, la Inquisición española ha sido la más famosa de todas debido al poder y al boato con el que ejecutaba sus sentencias.  Pero en un giro extraordinario, a la española se le adjudican los juicios y ejecuciones de las inquisiciones francesa e inglesa.

Los tribunales de la Inquisición Española estaban supeditados al regio patronato, por lo tanto, era el Rey de España quien proponía al Papa los inquisidores para todas sus posesiones.  En el ideal jurídico, el Rey proponía una terna de candidatos a ocupar los sitios y el Papa, debidamente informado, decidía a quien colocaba en las sedes inquisitoriales pudiendo elegir a alguien distinto a las proposiciones de la terna.  En la práctica fue siempre el Rey de España quien designó las jerarquías eclesiásticas en sus dominios. [1]

Cada obispado debía contar con un tribunal de la Inquisición con todo lo necesario para hacer su trabajo.  El Tribunal trabajaba hombro con hombro con la Real Audiencia del lugar y no con el Obispado.  La Inquisición, como su mismo nombre lo dice, “inquiría” acerca de la verdad o falsedad de las acusaciones a cierto individuo.  Si este era encontrado culpable, entonces el Tribunal de la Inquisición “proponía” la sanción a la autoridad civil o eclesiástica competente para que fuese aplicada. [2]

El Tribunal de la Santa Inquisición de la Nueva España fue erigido en 1569 y se instaló hasta 1571 en la ciudad de México.  Mientras tanto, la labor del Inquisidor recaía en los obispos del Imperio Ultramarino.  De este modo y de manera fáctica y jurídica, el tribunal de la inquisición como tal y autónomo, existió en la Nueva Galicia solo hasta el año de 1571 siendo los supremos inquisidores los obispos Pedro Gómez de Maraver, Pedro de Ayala y Francisco Gómez de Mendiola quienes delegaban las acciones del Tribunal en otras personas para cubrir el vasto territorio neogallego.  Los períodos de sede vacante vividos en el siglo XVI, la labor del Tribunal recayó en el cabildo quien solo tenía la posibilidad de recibir las quejas y denuncias pero no de dictar sentencias y jamás tocar a los clérigos.[3]

Tras el establecimiento del Tribunal en la ciudad de México, el reino de la Nueva Galicia y Guadalajara, quedaron supeditados a él.  El obispo de Guadalajara debía formar parte del consejo del Santo Tribunal para lo que designaba a algún clérigo residente en la ciudad de México para representar los intereses de su obispado.  Los alcaldes mayores y jueces eclesiásticos distribuidos por la Nueva Galicia, se convirtieron en agentes de la Inquisición.  Aún así, en casos extraordinarios, los obispos podían atraer para sí la facultad de Inquisidores y juzgar sobre algún caso que les pareciere particular o cuando el denunciado pedía ser juzgado por el episcopado local. [4]

La Inquisición tenía prohibido perseguir y castigar a los indígenas debido a su condición de neófitos en la fe católica.  Se perseguía al paganismo solo en la forma idolátrica pues algunas formas de “mancia” o adivinación como la astrología, condenada por la doctrina católica, era de uso común; la brujería “negra”, la hechicería y junto con ellos estaba un nutrido grupo de crímenes de índole sexual como la felonía, el estupro o la sodomía. El denunciado tenía derecho a solicitar ser juzgado según su condición y con la autoridad que estaba por encima de él.  Así hubo casos de clérigos que solicitaron ser juzgados directamente por el obispo del lugar, por el Arzobispo primado de la ciudad de México o el Supremo Inquisidor de la Nueva España y no faltó quien apeló directamente a la autoridad del Rey.

Tras la orden de expulsión de los judíos españoles del territorio americano (1550) su situación cambio drásticamente.  Los gobernantes de la época tuvieron que hacer uso del “ácatese pero no se cumpla” para evitar conflictos en la sociedad novohispana lo que nos puede dar un panorama del tamaño de la comunidad criptojudía hispanoamericana.  Se actúo con fuerza contra aquellos que incitaban a católicos, a abrazar el judaísmo o judíos conversos al catolicismo que seguían practicando ritos, costumbres o tradiciones judaicas así como celebrando las fechas o hasta cocinando al estilo judío.  Los brillantes pasos de los primeros obispos de México, han sido empañados gravemente por los procesos inquisitoriales seguidos contra algunos de los conquistadores.  Los obispos novohispanos pronto descubrieron que perseguir a los judíos era provocar una guerra que ponía en riesgo la posesión americana.


[1] De la Torre Villar, Uchmany, Villaseñr et al.
[2] Ibid
[3] Villaseñor Bordes, Ruben, La Inqiusición en la Nueva Galicia,Banco Refaccionario, Guadalajara, México, 1959.
[4] Ibid.

viernes, 5 de abril de 2013

SEPHARAD


El Islan puso de rodillas al cristianismo y al judaísmo en la península Ibérica por cerca de 700 años. Bajo el gobierno musulmán se vivieron períodos de gloria y paz entre las distintas confesiones sin que faltaran las persecuciones contra judíos y cristianos y enfrentamientos entre estos últimos.

La caída de Granada en 1492 y vencidos los reinos musulmanes ibéricos por los Reyes Católicos abriría un nuevo status quo de las relaciones entre judíos y cristianos.  Los judíos quedaban en un relativo suspenso ante la premura de la Corona española por establecer un control sobre los recién conquistados musulmanes andalucíes.  El período de paz no duró mucho.  Los Reyes Católicos esgrimieron una serie de leyes y ordenanzas según las cuales solo los católicos podían habitar los territorios gobernados por ellos.  Henchidos de “caridad cristiana”, otorgaron la oportunidad de la conversión al catolicismo para permanecer en su tierra de nacimiento, conservar su propiedad y la vida.[1] 

“Mozárabes” eran los musulmanes convertidos al catolicismo. Con el tiempo, el catolicismo haría oficial y declararía de su patrimonio a la liturgia católica que, con influencia berebere, se celebra en muchas regiones del sur del España remitiendo a su tradición musulmana.  Del otro lado, los hashkenassis, los sionistas y los otros grupos de judíos del resto de Europa, terminarían por desconocer la herencia de los judíos conversos a los que llaman “sefaradíes”  gentilicio del territorio que habitaron originalmente. “Sepharad” es en hebreo la Hispania latina.  El sefardí es para el judío del este de Europa y de más allá de las fronteras del Pirineo, el pobre, el rechazado, el que no tiene cultura, el sefardí es lo que su apodo nombra, “marrano” entre los otros judíos y cristianos.  El sefaradí es el “marrano” de los cristianos viejos y, en algunos casos, el judío apestado entre judíos y aún hoy desconocidos por su Iglesia de adopción, el catolicismo.[2]

La conversión al catolicismo por la fuerza iniciada en 1391 en España y Portugal, permitió que los judíos rápidamente ascendieran en la escala social de España y Portugal.  La sociedad cristiana no aceptó con beneplácito que los judíos pudieran acceder a mejores categorías sociales y económicas que el resto de la cristiandad.  La sociedad se dividió entonces entre “cristianos viejos” y “cristianos nuevos” los primeros “lindos” y los segundos “marranos”.[3]

El descubrimiento de Colón en 1492 dio cierta esperanza a mozárabes y sefaradíes.  Por un breve período de tiempo tuvieron oportunidad de huir a este Nuevo Mundo que ofrecía las posibilidades de perfeccionar lo que el Viejo había corrompido.  La diáspora, ese éxodo eterno con el que Yahvéh sigue disperdigando a su pueblo hizo que muchos sefardíes se refugiaran en  Francia, Holanda, Inglaterra,  Rusia o Italia resguardados por los poderosísimos señores de la banca o la corte Papal.[4]  Algunos, se ampararon en la oscuridad de los negros bosques del Este de Europa, en el Imperio Turco  o  aventurándose a vivir en Jerusalén, la que les había sido prohibida y arrebatada por el emperador Tito en el siglo I d.C.

La Leyes de Indias tempranamente prohibieron la huida de judíos y judaizantes a las tierras controladas por la Corona Española en 1501 pero se establecieron con mayor fuerza hasta el reinado de Carlos I y Felipe II en 1550.  Muchos criptojudíos cruzaron el Atlántico y se establecieron en América bajo un velo de catolicismo con documentos comprados o, según la tradición de algunos de ellos, dados por el mismísimo Emperador o por el rey Felipe II.[5]

“Dádivas quebrantan peñas” y el pueblo judío de Sepharad tuvo que hacerse experto en ello y sus dádivas quebrantaron tanto al oficial más bajo o al trono.  El eterno éxodo del pueblo elegido había encontrado una nueva “tierra que manaba leche y miel”.


[1] Fernández Alvarez, Manuel, Carlos V El Rey de los Encomenderos, UDESA, Barcelona, 1988
[2] Uchmany, Eva Alexandra, “Los judíos y la Inquisición” en La Inquisición en México, Noemí Quezada, Martha Eugenia Rodríguez y Marcela Suarez editoras, UNAM-IIA-UAM, México, 2000, t. 1 p. 79
[3] Uchmany, Eva Alexandra, “Los judíos y la Inquisición” en La Inquisición en México, Noemí Quezada, Martha Eugenia Rodríguez y Marcela Suarez editoras, UNAM-IIA-UAM, México, 2000, t. 1
[4] Uchmany, p. 85

[5] De la Torre Villar, Ernesto, “La Inquisición” en La Inquisición en México, Noemí Quezada, Martha Eugenia Rodríguez y Marcela Suarez editoras, UNAM-IIA-UAM, México, 2000, t. 1